Virginia García Acosta. Arqueología Mexicana
Los temblores de tierra, así como otras amenazas naturales, forman parte de la historia de México. Han sido registrados en escritura pictográfica, en códices de antes de la llegada de los españoles; en informes de cronistas-soldados o cronistas-misioneros que llegaron a México en el siglo XVI, y, durante el siglo XIX, por viajeros o exploradores. Las discusiones en torno al origen natural y el origen divino de los temblores se mantuvieron durante mucho tiempo.
Temblores de México y justas causas por que se hacen rogaciones públicas, reza el título de un texto publicado por Carlos María de Bustamante en 1837. Hace referencia a un temblor ocurrido la noche del 22 de noviembre de ese mismo año. Afirma que, al igual que los eclipses y los cometas, los sismos se han presentado desde tiempos inmemoriales. Para evidenciarlo hace un recuento de dichos fenómenos en México a partir del cuarto año del reinado de Ahuízotl, “octavo rey de México”. Los asocia con las erupciones de los numerosos volcanes existentes en nuestro país, identificación inevitable que la ciencia negaría años más tarde. A la vez reconoce su origen divino, por lo que insiste que ante su presencia sólo queda implorar al cielo, rezar con fervor y organizar ceremonias a “Dios nuestro señor por medio del Santo Patriarca José, jurado Patrón contra los temblores”. Las discusiones en torno al origen natural y el origen divino de los temblores aún estaban vigentes y se mantendrían por muchos años más.
México y los temblores de tierra
Los temblores de tierra, así como otras amenazas naturales, forman parte de la historia de México. Han sido registrados en escritura pictográfica, en códices que datan de antes de la llegada de los españoles. Los encontramos también en informes de cronistas-soldados o cronistas-misioneros que llegaron a México en el siglo XVI. Fueron consignados, particularmente durante el siglo XIX, por viajeros o exploradores cuyo paso y experiencias por esos territorios eran escrupulosamente anotados. Gran cantidad de documentos oficiales que se encuentran en los archivos mexicanos, y para la época colonial en archivos existentes en España y en Guatemala, dan cuenta de su ocurrencia, de sus efectos así como de las acciones emprendidas para atender la emergencia. Las publicaciones periódicas, prolíficas sobre todo a partir del siglo XIX, han sido una fuente especialmente rica en información sobre esos asuntos.
La República Mexicana se localiza en una de las regiones más sísmicas del planeta, debido a la subducción de las placas tectónicas que la circundan: la placa de Cocos y la de Rivera y la placa norteamericana. Una de las versiones mesoamericanas más conocidas sobre la creación del mundo, la Leyenda de los soles, narra que la tierra ha pasado por cinco etapas o periodos diferentes desde su creación, regidas cada una por un sol, que es destruido cada vez. La última de esas etapas corresponde al Quinto Sol, el sol de los movimientos, que debe terminar a causa de temblores de tierra. Esta concepción dio lugar a que, de manera sistemática, la ocurrencia de temblores fuera escrupulosamente registrada. Utilizando el glifo tlalollin, resultante de la combinación del glifo tierra (tlalli) y del glifo movimiento (ollin), en varios anales y códices prehispánicos y coloniales se dio cuenta de los temblores.
El origen de los temblores
Las sociedades asentadas en zonas sísmicas han intentado explicar el origen de esos fenómenos geológicos a partir de mitos y leyendas que se transmiten de generación en generación, o bien con explicaciones científicas derivadas de la investigación y experimentación. Entre los primeros encontramos, aun en la actualidad, concepciones que atribuyen las causas de los temblores a animales encargados de sostener la Tierra: una tortuga gigante, un inmenso cerdo, una serpiente o un cangrejo, búfalos o elefantes que, al moverse, provocan sacudimientos de tierra.
La idea de atribuir los temblores a agentes externos a la naturaleza misma ha estado presente incluso en la tradición judeo-cristiana. En el Antiguo Testamento, así como en gran parte de las sociedades cristianas contemporáneas, continúa privando la concepción de que responden a manifestaciones de la ira divina.
Los primeros intentos por reflexionar a fondo en la etiología de los temblores los encontramos entre los filósofos griegos. Aristóteles, en los Meteorológicos, consideraba que al interior de la tierra existe un fuego permanente que da lugar a un soplo o pneuma y a exhalaciones que, al desplazarse, provocan los temblores. Durante la Edad Media y el Renacimiento la teoría dominante responsabilizaba al aire que, encerrado en cavernas subterráneas, calentado por el fuego interior, buscando salida provocaba los temblores.
Este tipo de reflexiones surgían particularmente cuando ocurría algún temblor. En ellas era cada vez más evidente la afirmación de que los temblores, como todo lo que existe y se muestra por medio de la naturaleza, constituye una manifestación divina. La concepción netamente providencialista que atribuye a los temblores un origen divino producto del castigo ejemplar que la cólera de Dios hace caer sobre los humanos pecadores, se ha sostenido en la concepción judeo-cristiana durante siglos. En el siglo XVI, tanto en Europa como en América, era ésta una de las visiones dominantes, y si bien fue diluyéndose con el tiempo, en algunos casos se ha conservado hasta nuestros días en México y en el resto de América Latina. Esta cosmovisión, ligada inexorablemente con un origen externo, de etiología divina, constituyó una de las causas medulares que impidió durante mucho tiempo la evolución de los estudios científicos sobre los sismos. Cuestionar públicamente que Dios, como reza el Génesis, había creado nuestro planeta era tan grave como negar la propia existencia de Dios.
Estas concepciones empezaron a modificarse en el periodo denominado Ilustración o Iluminismo, cuyas ideas surgidas en Europa fueron introducidas en México a fines del siglo XVII. Dando preeminencia a la razón y al conocimiento obtenido a partir de la observación y la experimentación, surgieron diferentes formas de entender la naturaleza y de explicar el origen de determinados fenómenos naturales. Entre ellos los temblores.
Virginia García Acosta. Profesora-investigadora del CIESAS. Antropóloga e historiadora. Miembro de la Academia Mexicana de la Historia. Especialista en el estudio histórico-social de los desastres en México y América Latina.
García Acosta, Virginia, “¿Los temblores tienen un origen divino o natural?”, Arqueología Mexicana núm. 149, pp. 64-69.