Cuando me invitaron a sumarme al anillamiento del flamenco rosa del Caribe en Ría Lagartos, no esperaba encontrarme con un sentido de pertenencia; como es costumbre en la actualidad, mi pensamiento era muy individualista, pero las dinámicas grupales que implica el anillamiento, similar al comportamiento mismo de los flamencos y la confianza ciega que profesan hacia sus compañeros de manada, me revocaron a mi niñez, cuando toda actividad implicaba a más de uno, pedir ayuda o tomarse de las manos era indispensable.
Me emocionaba también saber que tendría mucho que “instagramear” y no me decepcioné; cinco tipos de manglares: rojo, blanco, negro, verde y boroquilla; playas vírgenes, fosas de sal y más de 300 tipos de aves así como un malecón con un monumento al flamenco iluminado con luces neón, me hicieron muy popular en esa red social.
Tras un vuelo un poco caótico y lluvioso, llegamos a Mérida. Una vez ahí emprendimos el viaje terrestre hacia la cabecera municipalRío Lagartos. Aproximadamente dos horas y media después, nos encontramos en el pintoresco pueblo pesquero que, con orgullo, ostenta ser el hábitat del flamenco rosa del Caribe: una vulnerable especie que radica en las costas de varios países de la región continental e insular de este mar, abarcando desde Cuba, Las Bahamas y Venezuela hasta las Islas Galápagos y México.
El ecoturismo se ha convertido en una de las actividades principales de la región. La zona de manglares del Parque Natural Reserva Ría Lagartos cercana constituye un ámbito natural que atrae una gran cantidad de turistas locales y foráneos. Su nombre se debe a la fusión de agua de mar y agua de río, una particularidad geográfica de la zona, puesto que, a diferencia de otras regiones del país, los ríos no existen, se trata más bien de canales de agua con una tonalidad de azules y verdes claros, dotados de una gran vegetación acuática y diversidad de especies animales. Un plus son los recorridos en kayak y la pesca deportiva (es posible romper el récord mundial de pesca mosca o flyfishing).
La primera actividad consistió en un viaje en lancha, en el cual no solo pudimos observar a la colonia de flamencos, también pudimos ver y clasificar a diversas aves que nos visitaron durante la travesía e incluso se hicieron presentes un par de lagartos. Hubo un punto en el que me sentí como cuando salgo de una clase de yoga: totalmente zen y alineada, lo atribuyo a los cantos de las aves, los olores a sal y la brisa acompañada de un amable sol que tiñó de dorado mi piel.
Algo que no pueden perderse es el baño maya en la Reserva Ría Lagartos; una hermosa laguna “curativa”, de un tono rosado que contrasta con el azul del cielo y el abundante barro blanco que fácilmente puede confundirse con arena. Sumergirse en esas aguas enriquecidas con sales y minerales es un placer para la piel, cualquier herida, rozadura o incluso la mala circulación desaparecen conforme te sumerges. El recorrido termina con una mascarilla corporal que consiste en tomar el barro blanco tal como lo hacían los antiguos mayas para protegerse del sol– y untarlo generosamente; la exfoliación es instantánea.
Otra de las delicias de la localidad son sus platillos, integrados principalmente por mariscos y pescado, la variante de combinaciones son una fiesta para tu paladar. La frescura y los condimentos utilizados en la comida tradicional harán que tu cintura se extienda un poco, pero la culpa puede ser olvidada con una caminata por el malecón. Mi recomendación sería el calamar horneado con pimientos, y la tradicional torta de cochinita pibil; sin dejar atrás el arroz con plátano macho (por aquello de que sean vegetarianos).
Pero ¿y el anillamiento?
Este proceso consiste en marcar a un grupo de 500 ejemplares jóvenes, llamados volantones antes de que emigren de la colonia en la que nacieron; marcaje que permite rastrearlos a lo largo de su vida y consolidar la investigación, el manejo y la educación ambiental en pro de la conservación del animal en México y el mundo.
En un trabajo conjunto, la Fundación Pedro y Elena Hernández, A.C. encabezada por Bárbara Hernández, realizan año con año el anillado, el cual cuenta con la participación de voluntarios locales, nacionales e internacionales, a fin de crear conciencia sobre lo que implica la conservación de estas llamativas aves.
Este inicia con un entrenamiento la tarde anterior a la actividad, mismo que consiste en caminar sobre el agua pantanosa, así como en la formación de vallas humanas que al día siguiente conducirán a los flamencos hacia los corrales en los que serán marcados. El llamado es muy temprano, a las 4 de la mañana para ser exactos, nuestra misión es simple: llevar a los “pollos volantones” marcando la orilla del islote de anidación para que se reincorporen de nueva cuenta a su guardería. Lo interesante es que la mayoría de los voluntarios no se conocen y salvo por contadas excepciones, jamás han participado en el anillado, de tal manera que es necesaria la confianza en el otro, en la persona de al lado, pues al fin y al cabo lo que se busca es que los flamencos lleguen con bien a su destino, y de ti y tu compañero dependerá lograrlo.
La experiencia de tener en tus brazos a un pollo es casi maternal, puedes sentir con mucha fuerza el latir de su corazón, su temor e incertidumbre; es una gran responsabilidad ser guía de una criatura que deberá partir en una manada sin sus padres, sin embargo, una vez liberado, es sorprendente la capacidad de adaptación de la especie, cuya característica es la convivencia grupal en toda la extensión de la palabra, si uno vuela, la manada lo sigue; el mencionado sentido de pertenencia.
El anillamiento del flamenco rosa del Caribe 2014, superó la cifra del 2013, siendo 585 los animales anillados; lo más impresionante no es la cifra, sino tener a la vista un espectáculo único y sí, me atrevo a llamarlo espectáculo porque cada uno de los polluelos se desliza por el agua en unos finos movimientos que simulan un baile, emitiendo además sonidos agudos que al fusionarse con su característico color y plumaje te transportan a un estado de calma, de tranquilidad, de paz y de armonía en el que nada más importa que el paisaje, en el que no pasan los minutos, en el que la piel se eriza y todo lo demás se olvida.
Fuente: www.mexicodesconocido.com.mx