Carlos Bautista Rojas. Algarabía
Por naturaleza buscamos definir o clasificar cuanto nos rodea. No terminamos de conocer algo, cuando ya le encontramos similitudes con otra cosa —la asociamos— y, por esas semejanzas, las etiquetamos bajo una clasificación, si no específica, por lo menos aproximada.
La poesía es indispensable, pero me gustaría saber para qué
Jean-Luc Godard
Por naturaleza buscamos definir o clasificar cuanto nos rodea. No terminamos de conocer algo, cuando ya le encontramos similitudes con otra cosa —la asociamos— y, por esas semejanzas, las etiquetamos bajo una clasificación, si no específica, por lo menos aproximada.
De este ejercicio de vinculación también han surgido nombres de objetos, lugares e incluso personas; y los senderos que ha tomado la literatura a lo largo de toda su historia no podían ser excepción.
A todo esto, ¿qué es literatura? Hasta el siglo xii, en la palabra literatura —del latín litterae, «letras»— se englobaba toda escritura compilada en libros. El concepto actual que se tiene de literatura —arte que emplea como medio de expresión una lengua o el conjunto de obras escritas pertenecientes a una nación, una época o un género—, surgió durante el siglo xix, aunque los primeros intentos se remontan al mundo antiguo.
Las cosas por su nombre
Definir los géneros literarios ha motivado reflexiones y discusiones desde la antigüedad grecolatina hasta nuestros días —la Poética, de Aristóteles, planteó una reflexión sobre las variedades de la poesía y sus posibles distinciones a partir de rasgos tanto formales como de contenido— y está vinculado con otros problemas fundamentales: la relación entre los textos particulares y un modelo general, entre la visión del mundo y la forma artística, así como con la existencia o inexistencia de reglas que los textos deben respetar.
Desde entonces, la relación entre forma y contenido de un texto literario ha sufrido numerosas transformaciones, ya sea por los criterios aplicados para definir los textos o por la naturaleza de los textos mismos. Los expertos contemporáneos rechazan enfáticamente la existencia de los géneros literarios como «esencias independientes y absolutas» y destacan su carácter convencional. Por ello, en la actualidad, un genero se asume como un conjunto de normas o convenciones que sirven para orientar la producción de textos o brindan herramientas para interpretarlos. En síntesis, los géneros aluden a modos que permiten agrupar los textos literarios y, como señala Helena Beristáin, proporcionan «al lector un modelo previsible de la estructura [...] y del funcionamiento de la obra».1 Helena Beristáin, Diccionario de retórica y poética, México: Porrúa, 1985; p. 237.
Leyendo junto a la ventana, Charles James Lewis, 1880
Para no entrar en el interminable debate de cuál es la forma definitiva de clasificar a un texto —pues desde Aristóteles a la actualidad no se ha llegado a ningún sistema acabado—, nos remitiremos a la forma tradicional de agrupar los textos, sin dejar de mencionar que la literatura, al ser un testimonio «ficticio» de las experiencias y preocupaciones más íntimas e imperiosas de la humanidad, es inagotable por el simple hecho de que es motivada por un afán expresivo de reinventar la realidad y así, poderla comprender o asimilar desde otra perspectiva, desde la posibilidad de ser otro por medio de unas cuantas palabras.
Géneros líricos
Antes de abundar en las características del género lírico, es indispensable hablar de la métrica, la rima y el ritmo.
La métrica —también llamada pie o metro— es la medida silábica a la que, en algunas lenguas indoeuropeas como la española, se sujeta a la distribución del poema al ser organizado en unidades rítmicas o versos agrupados en estrofas. Este metro se funda en el número de sílabas. En otras lenguas —como el latín, el griego o el inglés— la unidad métrica no es la sílaba, sino el pie, que se constituye atendiendo a la relación de cantidad o duración de las vocales.
La rima resulta de la igualdad o semejanza de sonido a partir de la última vocal tónica en las palabras finales de los versos. En español hay rima asonante y consonante. En la primera, la homofonía —o identidad de sonido— se da sólo entre las vocales, como en las palabras: fiesta y enmienda. En la rima consonante coinciden todos los fonemas a partir de la vocal acentuada: soberana y mañana. Hay rimas percibidas por el oído y por la vista —como en masa y casa—, pero hay otras que, aunque las letras no coincidan, los fonemas —al menos en Latinoamérica— son los mismos: rosa y poza.
El ritmo es una repetición que podemos ver en la alternancia con que cambian las luces de un semáforo, en los latidos del corazón o en el movimiento de las mareas, pero en los géneros líricos el ritmo puede ser cuantitativo, es decir: producido por la aparición periódica de los pies métricos —que resultan de las sucesión de sílabas largas y breves; o ritmo cualitativo: por la frecuencia de palabras acentuadas. En ambas clases de poesía la longitud de palabras se separan por pausas.
Los géneros líricos se caracterizan por las obras en las que el autor expresa de modo subjetivo sus sentimientos, experiencias o las apreciaciones de cuanto lo rodea, bajo la forma de un poema. Al creador lírico —o poeta— le interesa primordialmente que su sentir y su esencia fluyan al ritmo de las palabras.
Mujer Escribiendo, Daniel F. Gerhartz
Algunos creadores líricos notables del siglo xx han sido el chileno Pablo Neruda, el peruano César Vallejo, los españoles Antonio Machado y Federico García Lorca, el argentino Jorge Luis Borges y los mexicanos Ramón López Velarde, Jorge Cuesta, José Gorostiza, Octavio Paz y José Emilio Pacheco.
Oda. Poema por lo regular marcado por la exaltación del sentimiento y del estilo. Safo, Anacreonte, Píndaro, Catulo y Horacio son algunos de los autores clásicos que escribieron extensas odas. Aunque los temas cambien, es común la exaltación de personas, objetos o acontecimientos, como lo hizo García Lorca en su Oda a Salvador Dalí:
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Canto tu bello esfuerzo de luces catalanas,
tu amor a lo que tiene explicación posible.
Canto tu corazón astronómico y tierno,
de baraja francesa y sin ninguna herida.
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Canción. Es uno de los subgéneros más antiguos; a lo largo de su existencia ha tenido innumerables cambios formales y variaciones temáticas. Se mantienen intactos, a pesar de su brevedad, dinamismo en la estructura, sobriedad y carácter expresivo. Una variedad admitía que el verso final de la primera parte se repitiera en la terminación de la estrofa, como en esta célebre canción del Marqués de Santillana:
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Moza tan fermosa
non vi en la frontera
como una vaquera
de la Finojosa.
Faciendo la vía
del Calatraveño
a Santa María,
vencido del sueño,
por tierra fragosa
perdí la carrera,
do vi la vaquera
de la Finojosa.
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Égloga. Escrito en prosa o en verso —en esta última predomina el hexámetro2 Verso compuesto, ya sea de seis dipodias —doce pies— como en la poesía épica griega y latina, o de seis pies métricos, como en la poesía inglesa. —; se caracteriza por ser un «pequeño cuadro» que representa la vida en la naturaleza en medio de un ambiente casi idílico. Muestras de este subgénero son las Églogas o Bucólicas, poemas pastoriles escritos por Virgilio en el año 37 a.C. o la «Égloga I» de Garcilaso de la Vega (1534-1535):
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El dulce lamentar de dos pastores,
Salicio juntamente y Nemoroso,
he de contar, sus quejas imitando;
cuyas ovejas al cantar sabroso
estaban muy atentas, los amores,
(de pacer olvidadas) escuchando.
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Elegía. Del griego ἐλεγεία /élegos/, que significa «lamento, canto de duelo», es un poema que expresa tristeza, por lo regular, por la muerte de alguien, como el que Miguel Hernández le escribió a su amigo Ramón Sijé:
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Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
A las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
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Epigrama. Del griego ἐπίγραμμα /epígramma/, que significa «inscripción en una tumba, monumento o estatua». Sin embargo, su tema principal dejó de ser la alabanza a un héroe o personaje público, para proponer un tono satírico o crítico sobre un asunto de actualidad. Por ejemplo, el diario Excélsior publicaba regularmente, hasta hace pocos años, sus epigramas, todos ellos basados en los sucesos del momento. Este epigrama es de Francisco de Quevedo, incluido en Imitaciones de Marcial:
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Matóse Testa al huir
de su enemigo el rigor
Pregunto yo: ¿no es furor
matarse por no morir?
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Romance. Del francés antiguo romanz, y éste del latín vulgar romanice «del modo romano», es un relato que, por lo regular, se escribía en verso y tuvo su auge entre los siglos xii a xv; describía aventuras fabulosas de caballeros andantes que defendían el ideal del amor. Con frecuencia incluían algunos personajes y acontecimientos sobrenaturales. Algunos de los más célebres son La chanson de Roland —La canción de Rolando—, Lancelot o el Caballero de la carreta, Perceval o El cuento del grial y El romance de la rosa, entre otros. En español, un romance es una forma fija de poema —por lo regular de versos de 8 sílabas— con la misma asonancia en todos los versos pares y sin rima en los nones. Muchos romances son antiguos y anónimos, como éste del siglo xv:
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Los vientos eran contrarios
la luna estaba crecida,
los peces daban gemidos
por el mal tiempo que hacía,
cuando el buen rey don Rodrigo
junto a la Cava dormía,
dentro de una rica tienda
de oro bien guarnecida.