Rubén G. Mendoza. Revista Arqueología Mexicana
La práctica de ensartar cabezas humanas tras perforarles la región parietal, para luego colgarlas horizontalmente en armazones de madera, ha sido documentada desde épocas tempranas. Al parecer, colocar cabezas humanas ensartadas horizontalmente en armazones de madera se volvió práctica generalizada para dar realce a las ceremonias en el Altiplano durante el Posclásico, y se ha documentado arqueológicamente de manera más destacada en Tula, Tenochtitlan, Tlatelolco y Zultépec.
Mesoamérica comprendía una vasta región con diversidad ecológica y cultural, así como con variados fenómenos sociales. Esta diversidad influyó, a su vez, en el paisaje cosmológico y ceremonial pan-mesoamericano, interrelacionado a pesar de sus variantes diferenciadas en la práctica ritual y las creencias. Así pues, los distintos paisajes sociales, políticos y culturales sirvieron como catalizadores en el surgimiento de una frontera móvil con procesos culturales dinámicos: el Suroeste de Estados Unidos, hacia el norte, y Centroamérica, hacia el sur.
Hacia el norte, la gran frontera árida donde florecieron complejas civilizaciones incluye el Bajío, el Occidente de México y, en consecuencia, las tradiciones antiguas de La Quemada y Alta Vista o Chalchihuites, en Zacatecas. Hacia el Occidente abarca el Complejo Aztatlán del sur de Sinaloa y norte de Nayarit, que floreció entre 250 y 700 d.C., y, por extensión, el importante bastión norteño de Paquimé o Casas Grandes, Chihuahua, que alcanzó su apogeo en 1150 d.C.
La frontera sur de Mesoamérica, como la norteña, fue un mosaico de tradiciones híbridas surgido de un complejo patrón de interacciones económicas, políticas y culturales. La influencia mesoamericana en Centroamérica y las interacciones antes mencionadas fueron de una dimensión tan profunda que muchos investigadores, incluido el arqueólogo John Hoopes, han llegado a la conclusión de que la región formó parte de un área istmo-colombiana o del mundo Chibcha. Son incuestionables las influencias culturales de las vastas extensiones mesoamericana y colombiana, así como las de otras áreas sudamericanas y andinas. La gran difusión de deidades, rituales y creencias se refleja, sobre todo, en la práctica del sacrificio humano y la obtención de trofeos a una escala sin precedentes.
Tecnología del terror
Entre las numerosas formas culturales que van más allá de las fronteras mesoamericanas al norte y al sur, se encuentra el complejo ritual que incluyó la obtención de trofeos humanos y otras tecnologías del terror, la guerra y lo sobrenatural. La extracción del corazón y la decapitación fueron primordiales, así como su corolario ritual: la exhibición de las cabezas cercenadas. Ninguna disertación sobre la captura y exhibición de trofeos humanos en Mesoamérica sería completa sin mencionar el monumental Huei Tzompantli de México-Tenochtitlan, que los soldados que acompañaron a Hernán Cortés en la invasión de la capital mexica en 1521 describieron a los europeos por primera vez. Mientras escribo esto, el arqueólogo Raúl Barrera Rodríguez, del INAH , anuncia la recuperación de la primera de dos enormes torres circulares de calaveras y argamasa colocadas sobre una plataforma identificada como el Huei Tzompantli de México-Tenochtitlan. Tal como leemos en las primeras crónicas españolas, las grandes torres de la plataforma estaban formadas casi exclusivamente por cráneos humanos pegados con estuco. Los escritos de Andrés de Tapia y otros soldados que entraron al gran espacio cívico-ceremonial de México-Tenochtitlan en 1521 hablan de una construcción de albañilería y una empalizada o armadura de madera donde se exhibían entre 80 000 y 130 000 calaveras humanas ensartadas, en distintos grados de descomposición. Los mismos soldados aseguran que otros 60 000 cráneos se emplearon para formar la fachada del huey teocalli o Templo Mayor en la capital mexica. Estas observaciones son testimonios de primera mano sobre la práctica y formas rituales asociadas con los tzompantlis en el Altiplano Central. Tanto los armazones de madera como su contraparte en piedra del Templo Mayor son muestras de dos formas fundamentales, reproducidas en toda Mesoamérica y aún fuera de sus lejanas fronteras.
La práctica de ensartar cabezas humanas tras perforarles la región parietal, para luego colgarlas horizontalmente en armazones de madera, ha sido documentada arqueológicamente desde el Proto-Clásico (200 a.C. aprox.), en el sitio zapoteco de Loma de la Coyotera, en Cuicatlán de la Cañada, Oaxaca. Al parecer, colocar cabezas humanas ensartadas horizontalmente en armazones de madera se volvió práctica generalizada para dar realce a las ceremonias en el Altiplano durante el Posclásico, y se ha documentado arqueológicamente de manera más destacada en Tula, Tenochtitlan, Tlatelolco y Zultepec.
Rubén G. Mendoza. Profesor de la División de Estudios sociales, Conductuales y Globales de la Universidad del Estado de California, sede Monterey Bay. Ha dirigido investigaciones arqueológicas y etnohistóricas en California, Colorado, el Sudoeste de Estados Unidos y Mesoamérica.
Mendoza, Rubén G., “Cabezas-trofeo y tzompantlis en los confines de Mesoamérica”, Arqueología Mexicana núm. 148, pp. 64-69.
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