Por Jorge Bustamante García. La Jornada
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Fuente: www.welt.de
En una fotografía de 1936, en Crimea, se aprecia a Isaac Bábel pulcramente vestido, de corbata y traje de paño oscuro, a un lado de André Malraux, mirando con silenciosa desesperación a un sosegado Máximo Gorki, que parece extraviado en sus propios pensamientos. En esa fotografía el rostro de Bábel es idéntico al que describieron en diversos momentos y épocas escritores tan distintos como Elias Canetti, el propio Malraux, Konstantín Paustovski o el brasileño Rubem Fonseca en su novela Grandes emociones y pensamientos imperfectos: “Era un hombre bajo y regordete –dice Canetti–, con una cabeza muy redonda en la que lo primero que llamaba la atención eran los gruesos cristales de sus gafas. Quizá a ellos se debiera que también sus ojos –que él mantenía muy abiertos– parecieran particular-mente redondos y desorbitados.”
La escritora mexicana Margo Glantz recuerda que su padre, quien conoció a Bábel en Odessa, solía decirle que el escritor “era de estatura mediana, con lentes gruesos, que cuando leía metía los ojos muy adentro de las páginas”. En 1940, en la última foto que le tomaron sus propios verdugos antes del fin, Bábel aparece sin sus gafas de gruesos cristales, con la apariencia de no haber metido durante largos días su mirada adentro de ninguna página, y sus ojos redondos, ligeramente desorbitados, parecen contener de nuevo una silenciosa desesperación, esta vez de absoluto desamparo, ante la insultante estupidez de sus brutales jueces.
Isaac Bábel, quien siempre fue fiel al precepto de Pushkin de que precisión y brevedad son las verdaderas virtudes de la prosa, tuvo en gran estima a Maupassant incluso antes que a Chéjov, y aunque amaba a escritores como Stendhal, Flaubert y Rabelais, cuando se le mencionaba, sin embargo, a Gógol, solía revirar que los franceses no tenían un Gógol. Era lo que les faltaba. De escritores como Maupassant, Chéjov y el Gógol cuentista admiraba, sin duda, su capacidad de sugerir tanto con tan poco. En una sesión pública realizada en la sede de la Unión de Escritores Soviéticos en 1937, donde leyó sus relatos, ante una pregunta del público hizo énfasis en sus diferencias con Lev Tolstói y el porqué de su devoción por el cuento: “El hecho es que Tolstói podía describir lo que le ocurría minuto a minuto; lo recordaba todo, mientras que yo, evidentemente, sólo soy capaz de describir los cinco minutos más interesantes que he experimentado en 24 horas. De allí que prefiera la forma literaria del cuento. Ésta debe ser la razón.”
En 1935 el escritor fue invitado por el cineasta Serguéi Eisenstein para escribir el guión de la película El prado de Bezhin, inspirada en una novela corta de Iván Turguéniev. La producción se llevó a cabo en los estudios Mosfilm durante dos años, pero cuando los di-rectivos vieron el material filmado conminaron a director y guionista a realizar cambios y rehacer la obra, bajo el señalamiento de formalistas que no mostraban las problemáticas y luchas que se libraban en el entonces proceso de colectivización. Tras varios cambios y nuevas filmaciones se ordenó cerrar la producción y confiscar los originales. Años después, durante la guerra, un bombardeo alemán destruyó el lugar donde estaban archivados los materiales y El prado de Bezhin, de Eisenstein y Bábel, se perdió para siempre.
Un escritor a caballo
Bábel nació en un barrio bajo del puerto de Odessa, sobre el mar Negro, en 1894. Aunque se conoce poco de sus primeros veinte años, se sabe que a los quince había traducido ya algunos cuentos de Maupassant y que en 1914 se graduó de abogado en la Universidad de Saratov. En 1915 se traslada a San Petersburgo, en donde publica en revistas sus primeros relatos. A los veinticinco años se enrola en el Ejército Rojo y, asignado a la Caballería como corresponsal de guerra en Ucrania, en el conflicto bélico con Polonia, escribe sobre la montura de un caballo, con letra menuda y casi ilegible, un diario y mil anotaciones que después le servirían de material en los cuentos de Caballería Roja, un libro en donde “la música de su estilo contrasta con la casi inefable brutalidad de ciertas escenas”, como sugiere Borges en una corta y sorprendente nota de 1938 sobre Bábel, referencia que pareciera poner en entredicho el aparente, inmenso y extraño hiato de la literatura rusa que padecía el escritor argentino.
En su libro póstumo El triunfo del artista: la revolución y los artistas rusos: 1917-1941 (Galaxia Gutenberg, 2017), Tzvetan Todorov comenta que lo sorprendente para los lectores de este libro de Bábel es la actitud del narrador en primera persona, que nos hace compartir su simpatía por los “cosacos rojos”. Los actos de los personajes, aunque no se comentan, parecen justificados, ya que muestran su intensa vida y su compromiso total con la causa de la revolución, lo que los sitúa de entrada “más allá del bien y del mal”. Actúan así sin razonar, empujados por un aliento vital irresistible, y suscitan una admiración estética que reduce al silencio las consideraciones éticas. Las descripciones son rigurosas, lacónicas y bruscas. La revolución es violenta, pero es una razón más para quererla.
Con estas narraciones y con las que aparecieron sobre su ciudad en muchas revistas y periódicos, que después conformaron su libro Cuentos de Odessa, Bábel alcanzó una celebridad temprana en toda Rusia y adonde fuera siempre lo asediaba una multitud de jóvenes aprendices de escritores, que “lo irritaban tanto como sus admiradores”, según señala el escritor Konstantín Paustovski.
Paustovski fue amigo de Bábel desde la juventud. En su autobiografía Historia de una vida da cuenta, con gracia sutil y gran perspicacia, del momento en el que se tropezó a quemarropa, en la revista El Marinero, con el primer texto de Isaac Bábel, el cuento “El rey”:
Después de haber leído “El rey” comprendí que un brujo más había llegado a las filas de nuestra literatura y todo lo que escribiese este hombre jamás sería incoloro e inconsistente. En “El rey” todo era nuevo para nosotros [...] Era un estilo nuevo, sorprendente. En esta prosa se sentía la voz de un hombre aún impregnado del polvo de las marchas del Primer Ejército de Caballería y que, al mismo tiempo, poseía todas las riquezas de la cultura del pasado: de Boccaccio a Leconte de Lisle, de Vermeer de Delft a Alexandr Blok.
Como tantos otros artistas y escritores soviéticos perseguidos con especial saña entre 1936 y 1940, Bábel fue arrestado en mayo de 1939. Durante mucho tiempo se creyó que había muerto en un campo de trabajos forzados en 1941. Pero no fue sino hasta 1995 cuando el poeta Vitali Chentalinski, en su investigación De los archivos literarios del kgb, desentrañó para siempre la verdad sobre la muerte, no sólo de Bábel sino también de otros escritores y artistas como Mandelstam, Meyerhold, Pável Florenski, Boris Pilniak... Durante los interrogatorios a los que fue sometido durante varios meses en la sede de la policía secreta (en la Lubianka) lo acusaron de conspiración, y bajo todo tipo de argucias y presiones lo obligaron a confesar que se dedicaba a espiar a favor de Francia: transmitía a André Malraux informaciones que había leído en Pravda sobre la aviación soviética. Cuando ya el caso estaba juzgado, se le dio por última vez la palabra al acusado:
En 1916, cuando escribí mi primer relato, fui a casa de Gorki... A continuación tomé parte en la guerra civil. Volví a escribir en 1921. En estos últimos tiempos he trabajado con tesón en una obra, cuyo borrador acabé a finales de 1938. No soy culpable de nada, jamás he sido un espía, no he cometido ningún delito contra mi país. Me he calumniado a mí mismo en mi declaración. Sólo pido una cosa: que se me deje concluir mi trabajo...
Los jueces se retiraron a deliberar y regresaron casi de inmediato con la sentencia pre-parada de antemano y que terminaba en los siguientes términos: “Reconociendo a Bábel culpable, se le condena a la pena capital mediante fusilamiento... La sentencia es ina-pelable y se efectuará de inmediato.” Cuenta Chentalinski que Bábel tenía por delante una noche infinita y a la vez terriblemente corta: la noche del condenado a muerte. La sentencia fue ejecutada en Moscú el 27 de enero de 1940 •