Andrea Tamayo
A muchos sorprendió como una joven tan fiestera, que se conducía con extravagancia y sarcasmo, podía inspirar versos tan íntimos y desolados.
Según la mitología griega nueve mujeres inspiraron las ciencias y las artes, eran hijas de Zeus y Mnemosine –diosa de la memoria–, sumamente bellas e inteligentes. El mito se traspasó a la realidad, y luego de darle el título de «la décima musa» a una famosa poetisa griega, Sor Juana Inés de la Cruz mereció tener el mismo nombramiento, y décadas más tarde, otra artista de las palabras en verso sería digna de ser «la undécima musa»: Pita Amor.
Llama la atención que entre tantas mujeres brillantes de mediados del siglo xx, que se atrevieron a romper los esquemas de la «mujer tradicional», Salvador Novo considerara a Guadalupe Teresa Amor Schmidtlein con ese título. Pero, ¿por qué destacó esta joven poetisa?
Una razón fue su vanidosa personalidad. Aparentemente frívola, en su juventud Pita Amor fue guapa y seductora –su cuerpo desnudo perdura en un retrato que Diego Rivera le hizo, y que escandalizó a su familia–. Para sorpresa de todos sus conocidos, ella tenía un gran talento para la poesía. Su trabajo lírico contrastaba bastante con su forma de ser, que muchos se atrevieron a decir que ella no podía ser la autora de tan entrañables versos.
Retrato de Pita Amor, por Juan Soriano (1948)
Pocos sabían del gusto que aquella joven tenía por la poesía. Años después de su primer poemario Yo soy mi casa (1946), ella contó frente a los medios de comunicación que su familia acostumbraba leer, después de la cena, poemas de Luis Góngora, Francisco de Quevedo y Sor Juana Inés de la Cruz.
Se vanagloriaba de formar parte del grupo de contadas mujeres que el poeta Xavier Villaurrutia invitaba a su estudio.
Su padre había sido un rico hacendado durante la época porfiriana, pero a Pita lo poco que le quedó de este abolengo fue: «el buen gusto, único patrimonio de los nuevos pobres creados por una revolución que ha sido fecunda en la producción de nuevos ricos.»1
Yo soy cóncava y convexa;
dos medios mundos a un tiempo:
el turbio que muestro afuera,
y el mío que llevo dentro.
Son mis dos curvas-mitades
tan auténticas en mí,
que a honduras y liviandades
toda mi esencia les di.
«Yo soy mi casa»
Poesía, extensión de vida
Pita Amor reflejó todos su ser en los poemas, se dio cuenta que a través de la poesía podía expresar lo que realmente sentía. Vivía en dos mundos: uno turbio e donde adquiría plena libertad como para caminar desnuda en el Paseo de la Reforma después de una fiesta, y un mundo más sensible que le permitía volver a su departamento en la madrugada a escribir sonetos.
Elena Poniatowska, sobrina de la poetisa, cuenta que su tía escribió sus primeros poemas con el lápiz para las cejas que utilizaba.
Nadie se decidía sobre qué llamaba más la atención, si acaso era su desafiante personalidad o su enorme talento para la poesía. Juan Rulfo, Xavier Villaurrutia y Alfonso Reyes aclamaban sus renglones impregnados de angustia existencial, sin concesiones ni exageraciones, mientras que el resto de la sociedad la juzgaba por su personalidad – con «un temperamento de hechizada» en palabras de Guadalupe Amor.
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Pero a ella no le interesaba las críticas que la señalaban como desobediente y narcisista, continúo reservando su verdadera identidad a la poesía y publicaba constantemente poemarios. El último de estos lleva el nombre de lo que probablemente creyó siempre: Soy dueña del universo (1984).
Elvira García, una de sus principales conocedoras sobre su vida, mencionó que Pita Amor llegó a tener una relación lésbica importante, y que al estropearse, condujo a la poetisa a evadir su dolor con múltiples relaciones. De pronto, desgarrada por el dolor que le provocó el alejamiento y la indiferencia de su amada, Guadalupe intensificó sus galanterías e hizo nuevas conquistas. La consecuencia de esta fuga sin tregua consistió en que, ya casi con cuarenta años, concibió un hijo que no se atrevió a cuidar y que encargó a su hermana Carolina. Todo parecía marchar bien, a menudo lo visitaba, pero el pequeño murió ahogado al año ocho meses. Y Pita, la fuerte, la inconmovible en apariencia, se desmoronó.
El tiempo la llenó de un arrebatado descaro; atacaba a bastonazos a quien se encontraba en la calle, y llamaba «indios» a algunos.
Durante esa época de los años ochenta Pita Amor reapareció en un recital en el Ateneo Español, donde llegó a proclamar poesía de Sor Juana, su maestra de inspiración.
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El tiempo, del cual ella no quería oír ni mirar y pasar desapercibida, la sofocaba mediante el recuerdo. Pita seguía escribiendo, cualquier papel le era bueno, luego esos mismos «papelillos» los ofrecería libremente a los transeúntes. Ella era la única en su universo, sabía actuar su propio rol, pero ahora, la luz de su poesía alcanza tímidos chispazos para quien quiera apreciarla sin disimulos.
Guadalupe Amor nació en la Ciudad de México el 30 de mayo –1918, quizá 1917, nunca lo confirmó porque «claro que siendo mujer no voy a precisar en qué año»– y murió el 8 del mismo mes en el mismo lugar donde desenvolvió su personalidad a plenitud a través de la escritura.