A pesar de que la porcelana está presente en muchos aspectos de nuestra vida diaria, generalmente pasa inadvertida. Por ejemplo, ¿qué hay de esa porcelana, la que se encuentra en los museos, la que parece, en ocasiones, un elemento distante a nuestra cotidianidad, que evoca imágenes como la de un jarrón chino?
Estos objetos quizá despiertan poco interés en la mayoría de las personas, pero considerados históricamente, entrañan complejas redes comerciales, sociales, culturales y tecnológicas.
Como resultado de los intercambios comerciales entre Asia y la Nueva España durante el periodo virreinal, existe un importante número de piezas y restos arqueológicos que dan cuenta de la influencia cultural que esta región del mundo tuvo en las artes y costumbres de México.
Aunque los historiadores hablan de China como el país asiático que ejerció mayor influencia en la Nueva España, una cantidad importante de piezas de fabricación japonesa ha sido encontrada tanto en la costa —a lo largo de la ruta comercial china— como en las ciudades más importantes de nuestro territorio. Descubramos cómo se desarrolló este intercambio entre México y Japón.
El Monopolio chino
El comercio entre Asia y la Nueva España se realizó gracias a la ruta comercial que conocemos como Nao de China o Galeón de Manila, cuyo enclave español estaba en las islas Filipinas. Los intermediarios eran comerciantes chinos llamados sangleyes, pero las mercancías tenían procedencias diversas; es decir, no todos los artículos que se cargaban en el Galeón eran chinos, aunque el término «chino» se aplicó como una etiqueta genérica que describía todo lo asiático —a todas las especias, telas o porcelanas provenientes de China, Japón, Vietnam, India o Indonesia—. Incluso, hasta nuestros días, muchas piezas de origen diverso en distintas colecciones privadas y públicas siguen catalogadas como si fueran de origen chino.
La Nao trajo consigo un sinnúmero de productos asiáticos. Y de entre ellos, la porcelana era, sin duda, uno de los que tenían mayor relevancia en las artes, la cultura y la sociedad, pues era reflejo del capital económico y cultural de quien la poseía. Gran parte de la porcelana que se compraba en Europa era producida en China, que poseía el monopolio de la manufactura de la porcelana de exportación —además, el proceso de su elaboración era guardado en el más estricto secreto.
Sin embargo, a finales del periodo Ming —hacia 1644— la producción de porcelana china se redujo drásticamente, hasta ocasionar el cierre del principal centro de producción en Jingdezhen.4 Japón entonces trató de suplir la demanda local y de exportación, pero al carecer de los lazos diplomáticos necesarios, recurrieron a comerciantes chinos, por lo que se generalizó la idea de que la porcelana, las lacas, los biombos y las telas japonesas provenían de China. Además, en Japón la industria de la porcelana era relativamente nueva, por lo que los diseños copiaban a los chinos, y en gran medida se hizo así también para adaptarse al gusto extranjero.
Los jesuitas en la Nueva España intentaron establecer lazos comerciales y diplomáticos con Japón; sin embargo, los japoneses sin saberlo sólo mantuvieron relaciones con los Países Bajos. Los productos japoneses y de otras regiones de Asia se concentraron en Manila, Filipinas, desde donde fueron transportados hacia México, muchas veces, por contrabando, y gracias a la ayuda de japoneses expatriados y comerciantes holandeses. Incluso se ha descubierto que los misioneros fomentaban el tráfico de piezas japonesas para el beneficio de las órdenes religiosas en la Nueva España. Con el tiempo, la demanda de productos japoneses en México no sólo suplió la oferta china, sino que lo japonés se asentó en el gusto mexicano.
La talavera poblana
La talavera es un tipo de cerámica vidriada con un característico color blanco, que se elabora en Puebla. La decoración de la talavera suele ser de un tono azul muy particular que, combinado con el blanco opaco producido por la combinación de arcillas extraídas de Totiumehuacan y Loreto, le da a este estilo de cerámica las tonalidades particulares que la distinguen.
Si bien la técnica puede haber llegado con anterioridad, las primeras menciones sobre su existencia datan del siglo XVII. A pesar de que el origen del nombre no se ha establecido con certeza, muchos coleccionistas e investigadores consideran que la hipótesis más plausible es que provenga del monasterio dominico español Talavera de la Reina, del cual podrían haber procedido los primeros frailes que enseñaron la técnica del vidriado.
Por otro lado, se trata de un caso emblemático que da cuenta de los procesos de hibridación de las formas asiáticas en las artes mexicanas, ya que podemos rastrear su origen en la porcelana japonesa, que adquirió una enorme importancia en la Nueva España. Ser propietario de una pieza de porcelana, incluso si era de calidad menor o estaba rota, era un símbolo de estatus.
La talavera empezó siendo una reinterpretación de la porcelana asiática traída a México por los galeones durante la segunda mitad del siglo XVII hasta entrado el siglo XVIII, cuando inició el declive de exportación de cerámica japonesa. La cerámica doméstica, específicamente la talavera poblana, contaba con la ventaja de que permitía combinar materias y técnicas locales que emulaban el lujo de los materiales y las formas asiáticas muy en boga entre los consumidores.
Al pasar de los años, el patrón de la loza conocida como «talavera» se extendió entre los artesanos, por lo que fue regulado por el gremio de loceros, donde se especificó en las ordenanzas del siguiente modo: «Las pinturas deben de copiar a las de China». Sin embargo, con el tiempo también comenzó a incorporar motivos del gusto local.
La talavera retomaba las configuraciones de la porcelana oriental, un caso específico es el uso de formas comisionadas en Japón para el consumo en Occidente. De igual forma, existe un número importante de piezas que representan ciervos y garzas, muy comunes en la porcelana china kraak, pero que al ser plasmados en las piezas de talavera, se mezclan con algunos elementos mozárabes y japoneses.
Estas piezas no son, como popularmente se piensa, una alternativa de bajo costo para aquellos que no podían adquirir las porcelanas del Galeón. La talavera era en ocasiones aún más cara que una porcelana, no sólo por su tamaño sino por lo complicado de sus diseños, los cuales requerían una gran cantidad de tintura azul que se obtenía del cobalto, un material por demás costoso. En ocasiones, su uso tan marcado le daba una cualidad casi tridimensional a las piezas. Será hasta más avanzado el siglo XVIII cuando la influencia de la porcelana se presentará con más fuerza, ya que comenzará a adaptarse a un arreglo estilístico más rítmico y simétrico, más parecido a la talavera que conocemos.
Otras influencias japonesas
La preferencia por la porcelana permitió que las formas que provenían de Japón también se adaptaran al gusto y la cotidianidad novohispana. Por ejemplo, los tazones para arroz o té [wan, 碗] se utilizaron como tazas para caldo o chocolate; igualmente algunos utensilios para la ceremonia del té diseñados para el mercado doméstico japonés y que fortuitamente llegaron a la Nueva España eran usados como floreros. La porcelana japonesa se volvió tan popular, que cuando los hornos chinos rehabilitaron su producción, copiaron el nuevo estilo japonés.
Asimismo se fabricaron los galipots — botellas de porcelana destinada a almacenar productos farmacéuticos—, comisionados por los holandeses, que se basaron en formas de cristal muy usadas en Delft,las mancerinas —cuya invención se atribuye al Virrey Mancera— y los platos, por mencionar algunos.
Todos estos objetos transmitieron numerosos significados al consumidor, y cambiaron constantemente para adaptarse a las distintas necesidades de la gente. Estas piezas son como ventanas abiertas a uno de los intercambios culturales más fascinantes de la historia de dos continentes y al modo en que éstos contribuyeron a conformar el carácter nacional de un pueblo.
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